Provoca para conciliar
Francisco es conciliador, promueve el diálogo para superar diferencias o enconos, pero primero provoca, pero no me refiero a esa provocación de pleito o de desafío. No, provoca para invitar a la reflexión, para revisar nuestro actuar, nuestras respuestas y nuestras omisiones.
Así lo vi y escuché en sus primeros dos mensajes, en Palacio Nacional y en la Catedral Metropolitana, ante dos auditorios repletos de líderes: políticos y obispos.
El Papa no les jaló las orejas, no los regañó. No era su papel. Él entró suavecito a la casa, como lo dijo en Catedral, para reflexionar con ellos sobre los problemas de México, esos que demostró que conoce muy bien: narcotráfico, corrupción, migración, abandono de los pueblos indígenas.
Empiezo con la síntesis de lo que para mi fue el mensaje más directo, más crudo y más real, el de Francisco a los obispos mexicanos, porque justo esa es su misión vigilar, encauzar y dirigir el camino de los pastores de su Iglesia.
Francisco traía su mensaje escrito en hojas moradas; de ahí salían sus palabras conscientes; pero de su corazón salían las llamadas de atención a los obispos:
“Unidad y comunión entre ustedes. Si tienen que pelearse, peléense. Si tienen que decirse cosas, díganlas. Pero como hombres, en la cara. Como pastores, fomenten la unidad y pídanse perdón. Comunión y unidad entre ustedes”.
Les dijo que la Iglesia católica no necesita príncipes.
Esas palabras no estaban escritas en las hojas moradas. Y no lo pudo callar, Francisco les dijo de frente lo que pensaba sobre la grilla de la jerarquía.
Lo que sí estaba en el texto preparado para la ocasión:
“No le tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar.
“Vigilen, no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos de bajo de la mesa… No unan su fuerza a los faraones del poder”.
Les pidió tener una mirada atenta para no dar respuestas del pasado. “Allá ustedes si se duermen en sus laureles”.
Los invitó a superar la tentación de la distancia, “cada quien haga el catálogo de las diferencias en este Episcopado Mexicano.
“No pierdan entonces tiempo y energía en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de con sorterías.
“No abandonen a sus sacerdotes, los que se sienten abatidos porque por la noche han salido con Satanás…”
En Palacio Nacional, ante el Presidente Enrique Peña Nieto y los miembros de su Gabinete, Francisco habló del narcotráfico, de la corrupción, de la desigualdad y dijo que las reformas y las leyes no son suficientes para responder los desafíos de este país.
“La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”, les dijo.
Pero tuvo un mensaje más directo para su auditorio, ese que al final aprovechó la oportunidad para tomarse la foto del recuerdo.
“A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”.
También se dirigió expresamente a Peña Nieto: “Le aseguro señor Presidente que, en este esfuerzo, el gobierno mexicano puede contar con la colaboración de la Iglesia Católica, que ha acompañado la vida de esta nación y que renueva su compromiso y voluntad de servicio a la gran causa del hombre: la edificación de la civilización del amor”.
Más tarde, el Papa fue muy religioso en su encuentro con la Virgen de Guadalupe, en su casa del Tepeyac.
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