A la fecha hay millones de personas en el mundo que no tienen acceso a uno
Tenga el color y el diseño que sea, el inodoro no puede faltar en casas, oficinas o cualquier sitio público. Sin embargo, aún en estos tiempos, hay quienes carecen de uno: de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, son más de mil 100 millones de personas en el mundo que no tienen acceso a él.
LA HISTORIA
Hace más de 5 mil años que existen los retretes, pero no siempre fueron como los conoces. Al inicio no tenían mucha importancia, ni siquiera eran necesarios, pues la cantidad de gente era tan poca que bastaba con esconderse en cualquier rincón para defecar u orinar. La tierra absorbía los desechos con facilidad.
Pero la población creció y cada vez fue más complicado encontrar un escondite. Además, los olores empezaban a acumularse y, por supuesto, a molestar a las personas. Entonces, se creó el primer modelo de sanitario: las letrinas, unos agujeros en el suelo que cualquier persona formaba y utilizaba como contenedor.
Cuando se llenaban se cubrían con tierra y se abrían otros, pero eso significaba un problema ecológico y de salud, debido a que los desechos contaminaban los alimentos y los ríos.
Y por si fuera poco, el olor seguía presente. Así que fue necesario diseñar otro tipo de baño, uno que funcionara con agua para que se llevara los desechos y su aroma. Se cree que fue un hombre escocés quien acabó con el problema y, aunque no hay registro del modelo que creó, se sabe que no era nada parecido al que existe actualmente.
Fue en el siglo XVI cuando surgió el primer excusado similar al que conoces. Consistía en un cajón con un agujero en el centro; también utilizaba agua, pero no de forma automatizada, es decir, no contaba con una cisterna. Sólo se extraían los desechos y se enjuagaba para que alguien más lo utilizara.
El siguiente modelo lo desarrolló el poeta británico John Harrington a petición de su tía, la Reina Isabel I de Inglaterra. Se componía de una taza y una cisterna que arrojaba agua para expulsar el contenido. El problema fue que no existía un sistema de drenaje que se llevara los desechos lejos del cuarto de baño; de tal manera que el agua regresaba a la superficie del contenedor y, con ella, un cúmulo de olores desagradables.
La solución fue del escocés Alexander Cumming, quien en 1775 le agregó un sifón, es decir, el tubo en forma de “S” que hasta la fecha se encuentra en la parte baja de los inodoros. Con esa modificación regresaba sólo un poco de agua que funcionaba como tapón e impedía el regreso de los gases a la taza.
Pero, el primer diseño que es, prácticamente, idéntico al actual surgió en 1880 gracias a Thomas Crapper, quien le integró la válvula del flotador y otros elementos que mejoraban su funcionalidad. Después de él, Thomas Avity patentó el flujo de vórtice, el sistema que permite la fluidez del agua en forma circular a fin de arrastrar los desechos con más fuerza.
En la actualidad continúa el mismo modelo, pero con leves cambios de estética y practicidad, pues cada vez es menor la cantidad de agua que se utiliza: antes se ocupaban hasta 13 litros por descarga; ahora son, aproximadamente, seis.