Por Leticia Robles de la Rosa*
Desde los lugares más remotos, desde los espacios más ocultos, lo priistas comienzan a moverse. El quiebre en el gobierno de Enrique Peña Nieto es innegable, aunque todavía no sabemos si es real o ficticio y si es incontenible o no.
El miércoles 31 de agosto pasará a la historia de esta nación y de la vida personal de Enrique Peña Nieto como el día negro, como el parteaguas de una historia institucional que marca su propia huella, entre el sistema PRI-Gobierno y una relación tirante entre el gobierno, el partido y sus militantes.
Hace unas semanas dábamos cuenta de la forma en que Luis Videgaray se ha hecho del poder poco a poco. Colocar secretarios de Estado, meter en crisis a la dirigencia del PRI, encabezada por Manlio Fabio Beltrones, para meter a uno de los suyos, Enrique Ochoa, y hacerse así de gran parte del gobierno y del partido.
Pero ese miércoles 31 de agosto también vimos a Luis Videgaray en su estrategia de Canciller y estratega de la política exterior de una nación que fue reconocida internacionalmente por tener una diplomacia envidiable, sensata, madura y respetuosa.
Ese 31 de agosto, por consejo de Luis Videragay, el presidente Enrique Peña Nieto decidió entrevistarse con Donald Trump, candidato a la presidencia de Estados Unidos, y con eso desatar una ola de indignación dentro y fuera de México. Torpeza política, fue lo menos que se escuchó y se leyó entre especialistas.
Y a esa hecatombe de nuestra política exterior, le siguió una manifestación inédita de deslindes públicos, en los que extrañamente diversos periódicos y columnistas recibieron información desde las entrañas de la Cancillería y de la Secretaría de Gobernación de un, insisto, inédito e impensable deslinde de los secretarios de Estado, de la decisión de su jefe, el Presidente de la República, y, de manera extraña, todo mundo le echó la culpa a Luis Videgaray.
La escena me recordó mucho a las lecciones básicas de estrategia política. Si la regaste, échale la culpa a otro. Y eso fue lo que vimos. Yo no me creo, pero ni por un instante, que exista una decisión de Claudia Ruiz Massieu, Secretaria de Relaciones Exteriores y de Miguel Ángel Osorio Chong, Secretario de Gobernación, de acusar valientemente a Luis Videgaray de ser el culpable de la hecatombe y quedar incólumes.
Creo que se trata de una estrategia del propio gobierno federal para tratar de componer los entuertos. Es necesario dejar en claro ante los Estados Unidos, que esa torpe decisión de recibir a Trump como Jefe de Estado fue parte de una decisión de Estado, y por eso, los responsables de las políticas exterior e interior deben salir a limpiarse la cara. Sí, y yo nací ayer. Como si en México, una decisión del Ejecutivo no fuera una decisión de Estado. Y como si, de pronto, Osorio y Ruiz Massieu amanecieron de un crítico e independiente que hasta las tribus perredistas se quedaban sorprendidas.
Sin embargo, esa estrategia de deslinde que difícilmente será creída en los círculos estadunidenses, sí fue tomada a pie juntillas por decenas de priistas que ven a Luis Videgaray como el enemigo a vencer, porque están convencidos de que él trabaja para dejarle el gobierno federal al PAN.
En las últimas horas he platicado con varios priistas que dan cuenta de una rebelión silenciosa en las bases priistas. Hay un descontento real por los excesos de Videgaray, me dicen.
Y en ese contexto de descontento, sin duda que el deslinde fue tomado como una señal de que existe un quiebre en el interior del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Pero el quiebre real no es por los excesos de Videgaray por la visita de Trump. El quiebre es porque se han desatado los demonios de la sucesión en el gobierno de Enrique Peña Nieto y los golpes bajo están a la orden del día. Hay una vigilancia recíproca de secretarios de Estado a sus exposiciones mediáticas y a la forma en que los tratan los militantes. Y en esa dinámica los golpes bajos son constantes.
Hay un quiebre, sí. Es innegable. Todavía, sin embargo, no sabemos si es real o ficticio y si es incontrolable o no. Hay un quiebre en el que, lamentablemente, ha quedado rehén la Presidencia de la República, que no es patrimonio ni del PRI ni de ningún partido o grupo político, y que ha resultado damnificada de estos juegos de poder que tiene Videgaray y jóvenes que lo acompañan.
*Leticia Robles de la Rosa: Es periodista y experta en los temas de Educación, Política , Elecciones y Congreso de la Unión. Actualmente cubre la información en el Senado de la República y es una reportera de Primera Plana.