En 40 años hemos acabado con el 50% de las especies animales. El desafío de la humanidad es preservar la biodiversidad a través de su conocimiento, respeto y saber convivir con ésta…
A la velocidad que vamos, habrá más muerte. Bosques, selvas, sabanas, tundras, desiertos, hielo marino y océanos estarán más despoblados de animales. El día en el que se cuenten, si acaso, por decenas está más cerca de lo que parece. La gran biodiversidad se extingue debido a nosotros, los seres más racionales e inteligentes que hay en la faz de la Tierra.
De acuerdo con Naciones Unidas, en los últimos cuarenta años el planeta ha perdido 50% de animales y plantas salvajes debido “al cambio climático, pérdida de hábitat, explotación exacerbada, caza y tráfico ilegal”.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza destaca que cada familia animal está amenazada: 33% de los corales, 25% de los mamíferos, 13% de las aves y 41% de los anfibios. Así, con esos datos llegamos, el pasado 3 de marzo, al Día Mundial de la Vida Silvestre.
Los estudios de organismos multilaterales también nos alertan que si continuamos con el ritmo de consumo de plásticos, hacia 2050 los océanos estarán llenos de ese material tóxico y habrá menos peces.
Aves, peces y mamíferos marinos están muriendo por la ingesta de plásticos.
Hace unas semanas una ballena quedó varada en la costa de Noruega, a la cual le encontraron 30 bolsas y otros desperdicios plásticos en el estómago.
Si cada sociedad da paso a industrias más limpias y suma cambios en sus estilos de vida a partir de la manera en la que consume y modifica costumbres dañinas para la naturaleza, quizá sólo así estaremos a tiempo de frenar los daños causados a través del tiempo.
En las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo XX, apareció en la escena de la conservación la bióloga marina y zoóloga estadunidense Rachel Carson. Publicó varios artículos científicos y las obras Under the Sea Wind, The Sea Around Us y The Edge of the Sea.
Sin embargo, la obra que la puso en la mira de la sociedad fue Silent Spring(Primavera silenciosa, que dio origen al movimiento ecologista), con la cual emprendió la más fuerte de todas sus batallas contra los abusos de la industria.
Tras varios lustros de investigación sobre la proliferación de pesticidas sintéticos después de la Segunda Guerra Mundial, se lanzó a denunciar y a evidenciar una de las muchas formas de contaminación y devastación del planeta, muerte de especies animales y enfermedad en las personas: el peligro del uso intensivo del DDT en los cultivos.
Sus estudios no sólo arrojaron la toxicidad de los plaguicidas empleados para aniquilar al escarabajo japonés, sino también la persistencia de los químicos en los organismos.
El DDT desencadenó la primavera silenciosa. No sólo se envenenaron escarabajos y lombrices, sino también tierra y agua. Esos químicos mataron pájaros y pequeñas especies como gatos, perros, ardillas, ratas almizcleras, zorros y conejos, entre otros animalitos.
Rachel Carson, aunque acosada y difamada por la industria e intereses políticos, no claudicó en demostrar la relación existente entre el uso de DDT y el cáncer en las personas.
Tras su muerte, Primavera silenciosa ayudó a crear conciencia sobre la protección y conservación de la naturaleza como el más grande de los compromisos de la humanidad.
Hoy, el desafío para preservar la biodiversidad debe ir más allá de industrias responsables, o erradicar la caza furtiva, o frenar la destrucción de los hábitats en aras del desarrollo de los pueblos.
Se trata de aprender a convivir, respetar y conocer las diversas formas de vida.
Eso siempre lo ha sabido Jane Goodall. La etóloga inglesa, considerada la mayor autoridad en el estudio de los chimpancés, a lo largo de más de tres décadas no sólo trabajó con esos primates para entender y divulgar sus diferentes conductas y estructuras sociales —entre otros aspectos—, sino también emprendió múltiples campañas para hacer respetar los derechos de la gran variedad de especies animales.
En la actualidad, esta mujer octogenaria, a través de las conferencias que dicta en las universidades y escenarios más prestigiados del mundo, no sólo comparte sus conocimientos sobre los chimpancés —con los cuales convivió en estado salvaje en Gombe, Tanzania— e invita a reflexionar sobre las acciones de la humanidad, también promueve un estilo de vida sustentable para hacer de la Tierra un lugar más agradable y habitable para todos los seres vivos.
La biodiversidad que aún puebla el planeta es frágil. Se enfrenta a la capacidad tóxica y destructora del homo sapiens y a la fuerza devastadora del cambio climático.
Sería deseable que el legado de estas mujeres científicas, Rachel Carson y Jane Goodall —de las poquísimas influyentes del siglo XX—, hoy haga más eco que nunca en la conciencia de todos. El Día Internacional de la Mujer, a celebrarse el próximo miércoles, es una buena oportunidad para recordarlo.
*Artículo publicado en las páginas editoriales de Excélsior (06/03/2017).