Por Leticia Robles de la Rosa*
Enrique Peña Nieto comenzó su gobierno hace cuatro años con una intensa fuerza política. Ahora concluye su cuarto año con una debilidad tan inusitada que ya huele a un tempranero fin de sexenio.
Más allá de las fobias personales y partidistas, el análisis sereno de este gobierno priista muestra que los líderes de los dos principales partidos políticos de oposición en 2012, Gustavo Madero, del PAN y Jesús Ortega, del PRD, pasarán a la historia por tener una visión y un valor civil que absolutamente nadie antes tuvo, con el propósito de evitar estancamientos y ayudar a la transformación del país; una transformación que fue reconocida internacionalmente.
El Pacto por México ayudó a México a aprobar reformas de ley para abrirse a la competencia en todos los sectores, terminar con monopolios y romper tabúes. Los resultados son otra cosa. En algunos casos ya se observan, en otros, será necesario esperar mucho más tiempo, pero a mí me parece que el mayor logro fue demostrar que, al menos por unos meses, las fuerzas políticas de este país dejaron de ser mezquinas y sumaron esfuerzos con un bien en común.
El odio que miles de militantes de la izquierda y del PAN le tienen a Enrique Peña Nieto y la animadversión que tienen hacia el PRI se exacerbó cuando el gobierno de Peña comenzó a dar frutos en su decisión de ir por la transformación estructural del país.
Así, la fuerza del Pacto por México tuvo beneficios importantes para Peña Nieto, pero también le dejó saldos muy negativos. Madero y ortega ya no dirigen sus partidos y sus sucesores retomaron la dinámica de desgaste al gobierno en turno.
Pero además, a Peña Nieto le estalló en la cara la crisis de inseguridad y derechos humanos que se desarrolló durante el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa. La impotencia de millones de mexicanos ante la creciente inseguridad, el coraje de los familiares de los miles de víctimas; el sentirse rehén de los criminales, estalló en una grave crisis al conocerse la desaparición de 43 estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa en septiembre del 2014 y con los casos de tortura y exceso de fuerza de las corporaciones policiacas y militares, que apoyan en asunto de seguridad pública.
Desde 2014 el gobierno de Enrique Peña Nieto está en una especie de espiral en el que la crisis por la inseguridad y la violación de derechos humanos no puede terminar.
La fuerza política que impulsó a Peña a ser considerado el más vanguardista de los presidentes mexicanos, ahora es una debilidad innegable de todo su gobierno. Bueno, ya ni siquiera se puede imponer a su propio partido, el PRI, y ahora resulta que los diputados federales le dicen que no a sus iniciativas y, con la mano en la cintura, sin el menor problema, frenan todo lo que en teoría le interesa a su gobierno.
Peña Nieto fue este año a la ONU a hablar sobre la mariguana y los daños de la guerra contra el narcotráfico. Presentó una iniciativa de vanguardia, halagada a nivel internacional. ¿Qué pasó? Pues que los senadores del PRI le hicieron mil cambios y eliminaron el aumento en el gramaje permitido para consumo personal y la liberación de detenidos con dosis entre cinco y 28 gramos.
También en este año, Peña Nieto escribió una página en la historia como el primer Presidente de la República en reconocer y aceptar los derechos de las personas que se enamoran de personas de su mismo sexo. Presentó una iniciativa ¿y qué pasó? Pues que los diputados federales priistas dijeron que no, porque desde su punto de vista, otorgar derechos no es prioridad.
Peña Nieto aceptó e impulsó en el Senado, desde instancias como PGR, cambios a la ley contra la trata de personas. Los cambios son tan atinados, que hasta la ONU y el Departamento de Estado de los Estados Unidos las reconocieron. ¿Qué pasó? Pues que la señora Rosy Orozco, que ha hecho del supuesto apoyo a las víctimas de trata su modus vivendi, demostró ser más poderosa que el Departamento de Estado de Estados Unidos y logró echarla abajo. César Camacho, líder de los diputados federales del PRI, se plegó a las órdenes de la ex panista.
Así, Enrique Peña Nieto está muy lejos de ser el Presidente de la República que fue en los primeros dos años de su gobierno. Logró lo imposible: aprobar reformas estructurales. Pero no puede ahora con sus legisladores, interesados más en ganar en 2017, luego de su derrota en este año frente al PAN. No puede ni siquiera ordenar con severidad la captura de Javier Duarte de Ochoa, ex gobernador de Veracruz que hundió la imagen del PRI en el lodo de la corrupción, a niveles no registrados en años.
Por eso el olor de fin de sexenio ya inunda todo el país. ¿Podrá reponerse políticamente en 2017? ¿Usted qué cree?
*Leticia Robles de la Rosa: Es periodista y experta en los temas de Educación, Política , Elecciones y Congreso de la Unión. Actualmente cubre la información en el Senado de la República y es una reportera de Primera Plana.